“Si no puedes soportar el calor, sal de la cocina”, dijo alguna vez Harry Truman, presidente de los estados unidos. Y esta es una frase que bien podríamos adoptar a la hora de hablar de política. Y como pasó hace varios años en Estados Unidos, como pasó en Argentina, como sucedió antes de la guerra en Ucrania y como en muchos otros países pasa cada vez más seguido que llega alguien que no ha sido de la política a meterse en la política, también nos vuelve a pasar en Colombia. Vicky Dávila. Sí, esa misma que amas u odias, pero nunca ignoras. Su salto al ruedo electoral para 2026 no solo promete llenar titulares, sino que nos plantea una pregunta crucial: ¿es esto bueno para la democracia? Yen mi humilde opinión, la respuesta es un sí.
Primero, hablemos de lo incómoda que resulta ella. Desde su tribuna mediática, ha sido la reina de los titulares explosivos, el látigo de algunos poderosos y, admitámoslo, la chef principal de varias sopas de polarización que nos hemos tragado en los últimos años. Pero en una democracia saludable, los agentes disruptores son tan necesarios como el oxígeno. La política, como decía Churchill, no es para los débiles de estómago, y Vicky parece tener un hierro forjado donde otros tienen sensibilidad.
Por otro lado, no podemos ignorar el paralelismo con Claudia López. La anterior alcaldesa de Bogotá llegó al poder con una mezcla explosiva de carisma, franqueza y, sí, esa capacidad única de encender incendios hasta con un vaso de agua. Su estilo combativo dividió opiniones, pero también le dio a Bogotá una narrativa de cambio, aunque el desenlace esté lejos de ser el que prometió. ¿Es Dávila una nueva López? Difícil de decir. Pero si algo nos ha enseñado la historia reciente es que los personajes que generan amores y odios suelen ser los que marcan agenda.
Y yo insisto en no dejar de tener en cuenta a Laura Sarabia, que pasó de ser una prometedora estratega en las entrañas del poder a un símbolo de lo turbio y lo incierto. Mientras ella representa el desgaste de lo tecnocrático y la política tradicional, Dávila ofrece el contraste de una figura que, aunque polémica, se ha vendido como “anti-establishment”. Eso sí, no nos engañemos: Dávila es tan establishment como el letrero de “Abierto 24 horas” de las estaciones terpel.
Entonces, ¿qué aporta su candidatura? Ruido, claro. Pero también pone a prueba nuestra capacidad para lidiar con lo incómodo, con lo disruptivo y, sobre todo, con lo que no podemos ignorar. Como diría Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás”. Dávila, a su manera, es un termómetro de lo que somos como sociedad: una mezcla de drama, hiperpolarización y una necesidad casi masoquista de buscar héroes y villanos.
Quizás no todos estamos listos para una democracia que tenga a Vicky Dávila en el Congreso o en la Casa de Nariño. Pero tampoco estábamos listos para Claudia López, ni para Gustavo Petro, ni para Laura Sarabia o -cuando aún era un ilustre desconocido para la mayoría- Iván Duque.
Lo que sí está claro es que el 2026 promete ser, como diría Truman, una cocina bastante caldeada. Y quién sabe, tal vez un poquito de calor sea justo lo que necesitamos.