El 28 de julio pasado se configuraron dos hechos de especial relevancia en la historia política reciente: primero, se presentó en Venezuela el fraude electoral más grande de la historia de américa, y segundo, por primera vez en mucho tiempo los escándalos de corrupción y las políticas del gobierno Petro dejaron de ocupar momentáneamente el contenido periodístico y noticioso del país.
Y aunque no puedo estar de acuerdo con la posición intrascendente y cómplice del presidente Petro, en la que básicamente se abstiene de cualquier acción gubernamental que condene la grave crisis social y política que enfrenta el país, luego del robo flagrante del que el mundo ha sido testigo y que proclamó como presidente de Venezuela por seis años más a Nicolás Maduro, sí coincido en algo que ha afirmado el gobierno en relación con lo que sucede en el vecino país: la continuidad del gobierno de Maduro ha dependido, depende y dependerá únicamente del pueblo venezolano.
Definitivamente vivimos en un mundo egoísta, apático, indiferente, en el que cada uno se preocupa exclusivamente por sus problemas. Después de ver cómo Rusia ha atacado indiscriminadamente a Ucrania durante dos años y medio, en desarrollo de una guerra sin sentido y sin motivaciones comprensibles, y después de ver la escalada exponencial del conflicto palestino-israelí, con evidentes violaciones del derecho internacional humanitario, no podemos esperar que la presión diplomática o las sanciones económicas resuelvan en algo la grave situación social y política que ha afectado a los venezolanos.
La historia de los últimos veinticinco años ha demostrado que ni mediante negociaciones, ni diálogos, ni sanciones, el régimen de Nicolás Maduro dejará el poder. De hecho, murió Hugo Chávez y su cómplices se las arreglaron para continuar con el control del país, aún después de su muerte. En eso no se equivoca Petro, nada que haga la comunidad internacional hará cambiar las cosas, sólo recrudecerá el conflicto y las ya precarias condiciones del vecino país. Tristemente, la historia ha demostrado que las tiranías y dictaduras que han logrado extinguirse en el mundo sólo lo han logrado mediante la fuerza, la protesta total y generalizada del pueblo, las guerras de independencia y la presión social.
Lo que como siempre molesta de este gobierno es la incoherencia, pese al pírrico cubrimiento periodístico venezolano de las protestas debido a las restricciones dictatoriales del régimen, por todas las redes sociales son evidentes las multitudinarias manifestaciones de desaprobación de la sociedad al infame robo de las elecciones, los abusos de autoridad y las medidas desproporcionadas de represión. Ellos, los que manifiestan, el mar humano de millones de votantes defraudados por el CNE, son el constituyente primario que tanto convoca e invoca Gustavo Petro en Colombia. Lo único consecuente, por inútil que sea, sería condenar mediante el voto del país la violación y vulneración a la que ha sido sometido por el régimen Castro- Chavista el pueblo de Venezuela, máxime cuando el origen del M19 fue, precisamente, un fraude electoral.