El cambio llegó con mucha emoción y expectativas a nuestra amada Colombia, pero con el tiempo se ha ido diluyendo ese entusiasmo. ¿Es eso malo o bueno? Ninguna de las dos. Las condiciones y oportunidades que brinda el sistema son aprovechadas o no. Así como se dio este cambio histórico, muy justo y deseado, vendrán más y más cambios, unos tras otros. Ya sabemos que el electorado es capaz de discernir y decidir con las entrañas cuando se le asfixia la esperanza.
Desde ya estamos a la espera de las elecciones presidenciales de 2026, con la certeza casi irónica de que una mujer será la próxima inquilina de la Casa de Nariño. Irónico no porque el país haya finalmente abrazado al feminismo de manera sensata y constructiva, sino porque, seamos sinceros, pareciera que ya no queda mucho más por probar. Después de todo, cuando llevas décadas -o mejor siglos- en un bucle de hombres que hacen lo mismo pero que esperan resultados diferentes, el cambio se inclinará por el género y su manera de liderar.
Y es que acá no tratamos sobre cualquier tipo de mujer, no hablamos de figuras decorativas o solo por cumplir cuotas en la política; hablamos de mujeres con carácter de hierro, que han demostrado saber pelear tan fuerte como cualquier político macho alfa lomo plateado. María Fernanda Cabal, con su discurso a veces más bélico que político, es la reina del ala dura, una Margaret Thatcher de las sabanas del Valle. Claudia López, por otro lado, se hace sentir y percibir como la voz de la calle, la que se enfrenta al machismo con un golpe directo y sin florituras. Y luego está Vicky Dávila, la periodista que saltó del micrófono al ring político, lista para dar pelea con esa sonrisa que nunca sabes si es amable o simplemente letal y lo disfruta.
Y también, sin que sea medida aún en las encuestas, en el rincón de la estrategia política más astuta, casi casi que mimetizada entre las columnas del Palacio de Nariño, está Laura Sarabia. Ah, Laura, una figura que ha pasado de las sombras del poder a las luces de la escena política con una agilidad envidiable. Ella, actualmente la dueña de la mayor confianza del presidente Gustavo Petro, mueve las fichas con la precisión de una jugadora de ajedrez que ya conoce el desenlace de la partida. No es la heredera de un legado o un apellido político, no lleva décadas escalando entre partidos y politiqueros: ella llegó y se destacó con su carácter ejecutivo y gerencial entre un cúmulo de activistas y aplaudidores de oficio.
Con el tiempo hemos presenciado cómo ha evolucionado de su inicial rol asistencial. Tal vez en las calles no tenga que hablarse en estos momentos, seguramente no será el tema de conversación en las fiestas o en las oficinas… pero ella con mucho sigilo ha empezado a darle un vuelco a su imagen, a su expresión, a sus apariciones o no en prensa, a sus opiniones en nombre del gobierno. Ya no es la joven aprendiz en el gabinete.
Mientras las otras se preparan para la batalla electoral, tratando de alinear apoyos y probables consultas que buscan es posicionar nombres, Sarabia hace camino ejecutando en gobierno y siendo la cara ante empresarios y demás altos mandos del mismo estado. Ella puede ser elegida como el as bajo la manga de un Petro que sabe bien cuándo apostar todo al juego. Si alguien está manejando los hilos en Colombia, es ella, y no sería descabellado pensar que, en un par de años, será la candidata aventajada que puede llegar a sorprender incluso a quienes creen que ya lo han visto todo.
Solo hagan una breve búsqueda a los comentarios de los trinos que llevan mención a ella: si bien la baja en popularidad afecta a todos los altos funcionarios, a ella se le reconoce y se le dice que al menos es la que lleva control sobre las cosas.
Las opciones que se empiezan a perfilarse no son simples adornos ni llegan por el azar. Cada una de estas mujeres ha demostrado que tiene las armas, las conexiones y, sobre todo, la determinación para gobernar un país complejo y caprichoso en las urnas. Y aunque cada una representa un sector y un estilo diferente, el común denominador es que ninguna se dejará pisotear por el machismo rancio que aún permea nuestra política.
Y en esto, vuelvo y recalco la personificación que ha venido teniendo la actual directora del DAPRE: ella siempre se ve recia, seria, ejecutiva. ¿Qué tiene cara de puño casi siempre? Y quien no si el presidente llega tarde y le toca ir a poner la cara. ¿Qué pone cara de pocos amigos? Pues es que ella sabe que los de verdad se cuentan con los dedos de la mano y es con ellos con los que debe tratar. Cualquier cosa dicha en su contra seguirá resbalando mientras sus coequiperos sigan demostrando tan poca capacidad de gestión y pobres niveles de aceptación entre gremios, empresarios y políticos.
Aún es muy temprano para firmarlo sobre piedra, pero si finalmente damos ese paso hacia un mandato por una mujer, Cabal, Valencia, Dávila y López podrán tener en Laura una gran contendora que no teme a los señalamientos y que llegaría es a seguir gobernando, como ya lo está haciendo.
Se abrirá entonces la expectativa de si nos fijaremos en asuntos programáticos y de propuestas viables o si caeremos en la banalidad de atacar a la una o la otra por cosas que a un hombre no se le atacarían: que se puso hoy, que si es más bonita o fea, que si grita o no. Y también que si alguien por ser del gobierno, siga la línea de quien lo impulse.