Constantemente vemos en los medios radiales y escritos noticias sobre personas que han sido capturadas porque se presume que han cometido algún delito, y nos indignamos cuando observamos a profesionales del derecho que se dedican a defenderlos.
Nos acostumbramos a pensar que una persona investigada por delitos de tanto impacto como por ejemplo, un abuso sexual con un menor de 14 años, el delito de trata de personas, un homicidio contra un anciano, el delito de pornografía infantil o incluso el delito de feminicidio, no merece ser defendido, nos provoca escozor pensar que una persona que quizás incurrió en este tipo de conductas tan reprochables, pueda quedar en libertad caminando tranquilo por el mundo como si no le debiera nada a la sociedad y menos a la justicia.
Pero últimamente nos genera más indignación que muchos abogados se presten para defenderlos, lo primero que pensamos es ¿cómo puede estar tranquila su consciencia si cada día se dedica a defender a los bandidos, a los que dañan a la sociedad?
Sin embargo, cuando consideramos que el denunciado es un familiar o una persona allegada, no pensamos que es culpable, de antemano, nuestro corazón nos quiere indicar que es inocente y anhelamos que el abogado se convierta en el posibilitador de las causas imposibles, en ese súper héroe que llega a demostrar que ese ser querido es incapaz de incurrir en ese delito; no los juzgo por pensar así, es natural, nuestra condición humana nos lleva a razonar con el corazón cuando nos tocan el alma y la hacen temblar, nos volvemos compasivos, nos volvemos amantes de las segundas oportunidades y el profesional del derecho, a ese que llamamos defensor, lo endiosamos y le ponemos la carga que siempre llevan los héroes sin espada, admiramos su armadura cuando se presenta en las audiencias con su impecable traje de sastre y encontramos un aire de tranquilidad cuando lo vemos cargar en sus manos su gran arma, ese libro lleno de conocimiento, que al observar con detenimiento alcanzamos a leer: “Código de Procedimiento Penal”.
Pero eso sólo ocurre cuando se trata de un ser querido, porque cuando se trata de un tercero amamos señalarlo con el dedo, nos encanta prejuzgarlo, nos convertimos en jueces para declararlo sin dudarlo culpable, nos volvemos miopes ante las pruebas y no consideramos tan siquiera una mínima posibilidad de inocencia y lo que es peor aún, nos encanta pensar y tratar al abogado defensor, como si también fuera un criminal, cómplice de su conducta, se convierte en un ser reprochable sobre el cual consideramos que no tiene una pizca de consciencia.
¿Y si esa persona a la que tanto señalamos desde el inicio fuese inocente? ¿Qué tal si se condena por error a una persona al máximo término de la pena y luego resulta que no es culpable? ¿lo han tan siquiera considerado? Mi abuelo siempre me decía: “el regalo más valioso que te puede dar una persona es su tiempo, porque este, ya no se recupera”, ¿Se imaginan pasar la mitad de una vida privados de la libertad, sin poder autodeterminarse por algo que no se cometió?
Los abogados defensores se convierten en un instrumento importante para darle la oportunidad a las personas de poder demostrar su inocencia, para evitar la injusticia e incurrir en un Estado que excede su potestad de sancionar a quienes comenten el error de actuar en contravía de la norma.
Que una persona que está siendo investigada tenga la posibilidad de ejercer su derecho de defensa es una garantía para toda la ciudadanía, nadie está exento de ser investigado penalmente y como sociedad, debemos tener como mínimo un poco de empatia con la situación que atraviesa una persona que se encuentra batallando por demostrar su inocencia en un proceso judicial, la norma claramente dispone: “todos se presumen inocentes, hasta que no se demuestre lo contrario”, si nuestras leyes consideran que una persona es inocente hasta no ser sentenciada ¿por qué como sociedad no pensamos igual?
No se trata de defender a los delincuentes, se trata de contener al Estado para que no se exceda en su poder, para evitar que se cometa una injusticia, para no volver a los tiempos de antes en donde se colgaba a quienes se “presumía” habían incurrido en un delito.
Para explicar mejor la labor del abogado defensor, resulta preciso afirmar: hoy prejuzgan al “presunto”, pero si mañana los investigados fueran ustedes ¿les gustaría que los señalaran como culpables? ¿Les gustaría tener la posibilidad de demostrar su inocencia? La figura del abogado defensor es justamente la materialización de un muro de contención para que el Estado sí sancione a los culpables, pero luego de darles la posibilidad de defenderse, solo así se puede evitar la injusticia de acabar con la vida en libertad de un inocente, encerrándolo por algo que no realizó.
Evitar señalar al que apenas están investigando, sin linchar al abogado defensor por su labor, es el escenario ideal para una sociedad que entiende el gran avance de la humanidad, en donde hay derechos, en donde se comprende que el hecho de poder defenderse es una conquista de muchísimos hombres que lucharon porque tuviésemos derechos fundamentales, el abogado defensor se convierte en la balanza que equilibra la rigidez de la norma, con el análisis de las circunstancias de cada caso, el equilibrio entre un sistema que tiene la tediosa misión de decidir sobre los delitos evitando que el Estado se convierta en un criminal igual o peor.
Esa es la respuesta concreta, se defiende a los investigados de un delito, para mantener el orden, para contar con un Estado que se ciñe a un sistema judicial, no perfecto, pero si justo, Jorge Eliécer Gaitán dijo alguna vez “el que sentencie una causa, sin oír la parte opuesta, aunque sentencie lo justo, es injusta la sentencia”, espero que todos lo entendamos desde esta óptica.
Katherine Meneses Restrepo.