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Marcela Portilla

Los reyes del desastre: los alcaldes que traicionaron el voto de confianza

Una columna del Portal de Opinión

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En 2023, la elección de Carlos Fernando Galán, Federico «Fico» Gutiérrez y Alejandro Char como alcaldes de las tres principales ciudades de Colombia solo confirma una verdad incómoda: los electores en nuestro país parecen tener una memoria selectiva o una “miopía testicular crónica” (ven, pero se hacen los huevones), tienen un preocupante deseo de repetir los mismos errores una y otra vez. Parece que la lógica del clientelismo, la falta de alternativas reales o simplemente la indiferencia hacia la corrupción y la incompetencia se han convertido en los pilares de nuestra democracia local.

Ver a nuestras tres principales ciudades gobernadas por tres personajitos que están como alcaldes porque ese fue su premio de consolación tras perder el pulso en las elecciones presidenciales. Y es que se les nota la desazón de no haber logrado su objetivo de gobernar el país, porque gobiernan sin ganas, a las patadas, con mediocridad y culpando al Gobierno nacional, sin asumir sus propias responsabilidades, ¿o es que no las conocen?

Veamos al detalle la gestión de estas tres lumbreras:

Carlos Fernando Galán, ¿Trivago?, en Bogotá ha demostrado que no basta con tener un apellido icónico para gobernar bien. Su gestión en temas de seguridad, ambiental, social y movilidad ha sido, por decirlo suavemente, un DESASTRE. ¿Qué pensaban los bogotanos cuando votaron por él? Tal vez esperaban la resurrección de una «nueva política» o la reencarnación de su padre en él (¡ay, par favaaar!), pero lo que hemos obtenido es un líder que se ha mostrado incapaz de abordar los problemas estructurales de la capital, quedándose en la retórica vacía y promesas incumplidas: más de lo mismo. Honestamente, no se siente la transición entre la alcaldía infame de Claudia López y la de Galán, son idénticos… a Peñalosa.

Galán es quizás el caso más triste, porque su apellido debería ser sinónimo de lucha contra la corrupción y el clientelismo, pero lo que hemos visto en Bogotá es una gestión que ha sido incapaz de cumplir con las expectativas mínimas. Sus votantes, engañados por una narrativa de renovación, han terminado apoyando a un político que no ha hecho más que gestionar la ciudad con tibieza y falta de visión. La promesa de un «Galán renovado» se ha diluido en una administración que no ha logrado resolver los problemas de seguridad, del agua y de movilidad.

Uno de los principales retos en Bogotá es la seguridad. Bogotá, hace pocos días, de hecho, alcanzó el deshonroso séptimo lugar de las ciudades más peligrosas del mundo, y eso seguramente es porque no se han instalado los bombillos que prometió para “combatir” la inseguridad (sonido de grillos) o la cabina para que los hombres desahoguen su ira a gritos para así “prevenir” los feminicidios (sonido de grillos de nuevo). Galán ha enfrentado críticas por la falta de resultados en la reducción de los índices de criminalidad en la ciudad, pero los medios dicen que la inseguridad ha “disminuido”. Ja, ja, ja. Por el contrario, a pesar de las promesas de campaña, los ciudadanos han percibido un aumento en la inseguridad, especialmente en sectores vulnerables; da miedo salir en Bogotá, es un hecho comprobado.

Ay, pero la movilidad en Bogotá, “en cambio”, tampoco funciona, de hecho, ha sido un desafío constante, y durante su mandato, Galán ha sido criticado por la falta de avances significativos en la mejora de la infraestructura vial y el transporte público. Las congestiones, el estado de las vías y la falta de soluciones efectivas han sido puntos de constante queja entre los bogotanos. Las obras no avanzan, por el contrario, se atrasan; los contratistas siguen viéndoles la cara a los bogotanos y el alcalde está muy cómodo con ello, al parecer. Desde que él tenga el casco de seguridad puesto, debemos estar más tranquilos. ¿Y el metro? Bien, gracias, engordando, pero a los corruptos del transporte (finjamos sorpresa).

El desastre del agua en la ciudad, campañas impulsadas por gomelos mal bañados, todo para decir que quitarnos el agua cada 9 días era la panacea para llenar los embalses, los cuales llevan años en estado crítico, situación manejada en secreto hacia los ciudadanos. Ahora, el racionamiento es como una vez al mes y, adivinen: no ha servido sino para aumentar el olor a chucha de los que no se bañan antes de las 6 a. m., porque los embalses no suben, los recibos del agua llegan más caros y la calidad del agua es paupérrima, sin contar que por ahí hay negocios turbios, al parecer.

El Concejo de Bogotá se divide entre los concejales que conocen sus funciones y ejercen control y aquellos que consultan el SECOP solo para tratar de cazar líderes de opinión progresistas que hayan sido contratados por el Gobierno, pero se les “cae” para ver los contratos de los uribistas o de la propia familia (guiño, guiño). Ah, y de control a Galán, pues muy poco; más bien, se orinan de a poquitos cuando lo ven, con eso sí se llenarían los embalses, de hecho.

Como alcalde, Galán ha sido señalado de no cumplir con varias de las promesas que hizo durante su campaña. Esto incluye proyectos relacionados con la seguridad, la movilidad y el desarrollo urbano (eso sí, árboles manda a talar “a lo que marca”). La percepción de que su administración ha sido más de retórica que de acción ha afectado su popularidad y credibilidad ante los ciudadanos, aunque los medios digan que “amamos” a Galán.

Ah, eso sí, pregúntenle a Galán por Venezuela, ahí sí se motiva y madruga a trabajar en opiniones y marchas por el país vecino, pero él y Federico Gutiérrez fueron los dos únicos alcaldes que no fueron capaces de buscar los lotes para el PAS para combatir el hambre de sus ciudades. Mezquinos es que son.

Federico Gutiérrez, o simplemente “Fico” para los amigos chirretes, regresó a la Alcaldía de Medellín como si fuera un «mesías», prometiendo orden y seguridad, pero lo que ha entregado hasta ahora es más de lo mismo: una gestión a favor de los grandes intereses de sus “amos” y benefactores uribistas, como lo demuestran las continuas sombras que persiguen el proyecto Hidroituango. ¿Cómo es posible que los electores hayan olvidado tan rápido los desastres de su primera administración? Parece que el miedo al cambio y la falsa seguridad han nublado el juicio de muchos, y eso que por esos lares muchos se creen “los más abejas”.

Los votantes de “Fico” Gutiérrez parecen haber olvidado, convenientemente, la gestión fallida en su primer mandato, es como si prefirieran vivir en una burbuja de falsa seguridad que enfrentar los hechos: Gutiérrez no ha sido capaz de ofrecer soluciones efectivas para los problemas más graves de Medellín y, en lugar de ello, su administración ha continuado beneficiando los mismos intereses privados que han contribuido al deterioro de la ciudad e, incluso, del país.

La prostitución, especialmente infantil, se ha tomado la ciudad, los extranjeros la tienen como destino obligado si de pedofilia se trata, porque al alcalde le interesa más ir a descansar del estrés de sus pocos meses de gobierno que estar pendiente de la protección de la vida de las niñas que son explotadas sexualmente en su ciudad.

Tiene unos amiguitos en el Concejo de Medellín, al igual que él, más preocupados por hacerle oposición al Gobierno nacional que por hacerle control a la administración local, es más, acaban de ser cómplices de la venta de uno de los bienes públicos más preciados de esa ciudad, Tigo-UNE, de afán, a pupitrazo y con una negociación bastante cuestionada, incluso, se solicitó la intervención de la SIC.

La Secretaría de Transparencia le acaba de solicitar a “Fico” la justificación de la contratación directa por casi 69 mil millones de pesos, puesto que la adjudicación de contratos, al parecer, no tiene ningún soporte ni argumentos fácticos ni jurídicos que la respalden.

La gente está tan aburrida que ahora abuchea a Fico públicamente e, incluso, a sus amiguitos concejales más preocupados por usar el recinto del Concejo para gritar como gamines “fuera Petro” que por demostrar interés real por las “cositas” que están pasando en las narices de su propia ciudad.

Alejandro Char, “as always”, es otro caso de estudio acerca de la perpetuación del poder por medios cuestionables. ¿Cómo es que Barranquilla sigue en manos de una familia que ha sido vinculada a escándalos de corrupción muy graves? La respuesta parece estar en una mezcla de maquinaria política bien engrasada y una ciudadanía que, resignada o cómplice, prefiere la estabilidad, la lambonería y el fútbol a la transparencia. Es casi cómico, si no fuera trágico, que una ciudad con tanto potencial siga eligiendo a los mismos clanes familiares, esperando resultados diferentes.

Char no es más que la cara visible de una maquinaria política que ha convertido a Barranquilla en su feudo personal. La ironía de los votantes de Char es que, en su desesperación por estabilidad, han optado por seguir apoyando a una familia que ha hecho de la corrupción y el clientelismo su marca registrada. El control que los Char ejercen sobre Barranquilla es casi de la “realeza” (pero sin clase, con cachucha) y los votantes que siguen apoyándolos no hacen más que perpetuar un sistema podrido desde sus cimientos.

Aunque ganó la alcaldía con un amplio margen, su administración ha estado bajo el escrutinio debido a los problemas legales de su hermano, Arturo Char, acusado de presunta compra de votos y corrupción electoral. A propósito, señora Vicky Dávila, ¿dónde están las pruebas que le entregó Aida Merlano? Esta situación ha levantado sospechas sobre la transparencia de su propia gestión, sin contar las “cositas” que se han dicho del Cartel de Sinaloa.

Críticos han señalado que la familia Char sigue consolidando su poder político en la ciudad, lo que ha llevado a preocupaciones sobre la falta de competencia y transparencia de la administración local, son los dueños de “media” Barranquilla (o más) y saben perfectamente que si le dan circo al pueblo, ese pueblo siempre los elegirá.

En resumen, la elección de estos tres alcaldes es un reflejo de un electorado que, en lugar de exigir más de sus líderes, se conforma con menos. Siguen creyendo en salvadores de pacotilla y en promesas recicladas, permitiendo que la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo sigan siendo los verdaderos ganadores de las elecciones.

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