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Wilson Ruiz Orejuela

LA MUERTE DEL ALMA BUENA

Una columna del Portal de Opinión

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“La paz no se escribe con sangre, sino con diálogo y misericordia.” Hoy, más que nunca, estas palabras del Papa Francisco nos abrazan con una mezcla de dolor y esperanza. El mundo ha perdido a un gigante espiritual. Para Colombia, un faro moral que, en medio de la oscuridad, nos recordó que la compasión y la justicia son más poderosas que la violencia y el odio.

El Papa Francisco fue un hombre profundamente comprometido con los más vulnerables. Visitó Colombia en uno de sus momentos más frágiles, nos pidió dejar atrás el odio, renunciar al miedo, apostar por el perdón sin caer en la ingenuidad. Nos pidió no claudicar ante la indiferencia. Y, sin embargo, siete años después, seguimos hundidos en la misma espiral de violencia, abandono y descomposición institucional.

Hoy, el presidente Gustavo Petro el mismo que ha permitido que la violencia esté sin control se pronunció ante la muerte del Santo Padre diciendo “Se me fue un gran amigo. Me siento algo solo. Comprendió perfectamente su papel como líder espiritual en la gran lucha por la vida. En las causas codiciosas de la extinción. Sus encíclicas pasarán a la historia si somos capaces de construir una humanidad que defienda su mayor bien: la Vida.”

Palabras cargadas de belleza. Pero también, de una profunda hipocresía.

¿Cómo puede hablar Petro de “la vida” cuando en su gobierno los grupos armados se han fortalecido, el reclutamiento infantil ha aumentado, y los asesinatos selectivos se han vuelto paisaje? ¿Cómo puede invocar las encíclicas de Francisco mientras le da la espalda a miles de familias que viven bajo el yugo del miedo? ¿Cómo puede decir que “se le fue un gran amigo”, si ha traicionado todo lo que ese amigo representaba?

Porque el Papa Francisco creía en el diálogo, sí, pero también en la justicia. En el valor de la verdad. En la dignidad humana por encima de cualquier cálculo político. Francisco jamás habría pactado con la violencia, ni habría legitimado a quienes empuñan las armas para imponer sus agendas.

Petro ha tomado la bandera de la “paz total” para esconder la claudicación del Estado. Y ahora, en un acto de cinismo, se despide del Papa como si su gobierno encarnara esos ideales. No, señor presidente. Francisco no fue su aliado ideológico. Fue su contrapunto moral. Él predicaba la vida con hechos. Usted, con discursos vacíos.

El Papa ha muerto. Pero sus palabras siguen vivas. Y mientras sigamos escuchándolas, aún hay tiempo para recuperar el rumbo. Aunque este gobierno no lo entienda, el país todavía puede levantarse. Porque la verdadera paz, como él lo dijo, no se escribe con sangre. Se construye con valentía, con verdad y con misericordia.

Gracias, Santo Padre, por haber creído en nosotros incluso cuando nosotros mismos dejamos de hacerlo. Gracias por abrazar a este país roto con la ternura de un pastor y la firmeza de un profeta. En medio de tanto ruido, su voz fue un susurro de esperanza. Hoy lloramos su partida… pero también prometemos no rendirnos. Porque si algo nos enseñó, es que aún en medio de las ruinas, la vida puede volver a florecer.

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