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Eli Zuleta

La Matrioshka del Tigre

Una columna del Portal de Opinión

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Abelardo, o el tigre como le suelen llamar sus adeptos, ha mostrado sus fauces con el supuesto anuncio de que su candidatura es respaldada por más de cuatro millones de firmas y, sin ruborizarse, anuncia que destazará y devorará a los candidatos de la centro derecha y la derecha colombiana en una encuesta antes del diez de diciembre.

Según Abelardo, la idea es que Cepeda, su enemigo declarado y presunto amigo de ciertas divinidades del monte, no crezca electoralmente durante cinco meses sin que la derecha le haga frente con un adversario honorable. Pero la idea tiene matices más allá de presentarse a sí mismo como caballero ungido por el pueblo: también dice que busca ahorrarle plata al Estado evitando una consulta, mejorar el primer trimestre económico del país en 2026 y, además, darles un regalito de Navidad a los “colombianos de bien”.

Sin embargo, las invitaciones del tigre para la supuesta unidad, armonía y reconciliación electoral no son más que una amenaza cantada a toda la centro derecha y derecha del país. Puesto que cual Jesús en el Jordán fue ungido por Juan el Bautista, así mismo el tigre pregona que fue ungido por las masas, que la voz sagrada del pueblo colombiano lo ha elegido como salvador de la patria en el santo recinto del Movistar Arena.

Un discurso un tanto patético viniendo de una persona abiertamente atea, que cual Gustavo en campaña apela a acrónimos religiosos con tal de ganarse el fervor del pueblo. Ahora, los curas y las viejitas camanduleras ya no solo le prenden velas al Divino Niño o al Sagrado Rostro, sino también al tigre, para que investigue y extradite a nuestro Arcadio, el último de los Buendía.

Por esos motivos, y conociendo la fama y los adeptos que recluta Abelardo a diario, la derecha está asustada. No ven su anuncio como un gesto de unidad: lo ven como una amenaza. Saben que si van a una encuesta con él, no habrá cazador diestro que pueda darle cacería al tigre.

Por lo tanto, su discurso se percibe como la llegada de un nuevo sheriff —cruel y justo— que entra a la ciudad a poner orden y sus propias condiciones. Y eso lo sabe la derecha: como el tigre puntea, entonces cree que está en el derecho de colocar todas las cláusulas posibles y favorables para sí mismo. En otras palabras, el tigre no hizo un llamado a la unidad: pateó una mesa de póker que llevaba tiempo tambaleándose. Obviamente eso no le gustó a muchos dirigentes políticos, quienes salieron —decentemente— a decir que la idea era buena, pero que de igual manera se esperarían hasta marzo.

Dirán ellos, cual Corleone, que el tigre no les pidió la union con decencia ni amabilidad, que sus declaraciones fueron un insulto. Pero para no disgustar a un electorado cada vez más obsesionado con Abelardo, solo se limitaron a asentir con sonrisa falsa.

Lo que no saben es que el tigre conoce muy bien la enfermedad política de la autodestrucción por soberbia retórica —sí, la misma que expuse en mi columna del 06 de noviembre— y, sabiendo que la derecha ha perdido toda tolerancia inmunológica, vio el espacio perfecto para invadir y colonizar, aprovechando que los anticuerpos de la derecha atacan a la misma derecha.

Aquí es donde entra la famosa matrioshka política, ese concepto académico que describe la estrategia de encerrar a los adversarios en capas narrativas sucesivas, hasta que ya no pelean contra el candidato sino contra la idea que él mismo diseñó.

Abelardo no sólo lanza una propuesta: la recubre con otra, y con otra, y con otra, hasta que cada capa obliga al adversario a aceptar un marco mental que lo deja sin salidas. Es un framing estratégico ruso, pero con sombrero vueltiao.

El tigre construye una narrativa donde cada respuesta posible de sus oponentes confirma su tesis. Si aceptan la encuesta: patriotas sensatos. Si la rechazan: soberbios que sólo piensan en sí mismos. Una trampa logica perfecta, digna de un seminario universitario… Pero puesta al servicio del folclore político colombiano.

Por eso Abelardo les jugó la matrioshka: dice que la nobleza de su idea está en que todos los candidatos entren a lista al Senado para apoyar a la “extrema coherencia”. Pero luego añade que quien no se mida en la encuesta con él es un soberbio que no ve a Colombia como prioridad. Una capa sobre otra, un plastificante argumentativo que impermeabiliza la crítica y encierra a sus rivales en un dilema moral imposible.

Esa es la trampa. Abelardo ya tiene el discurso que le dará más fuerza en enero de 2026. Ya implementó una narrativa nueva, un framing político capaz de persuadir al electorado y que encierra a sus adversarios en un dilema binario: si aceptan, cumplen su deber patriótico; si rechazan, son politiqueros egoístas.

Así incentiva la narrativa mesiánica del “a los suyos vino, y los suyos no le recibieron”, y ejerce presión pública dentro de esos partidos. Como además propone “ahorrar platica al Estado” y ofrecerse así mismo como un regalito de Navidad para el pueblo, se eleva moralmente ante toda la derecha y los centro indecisos. Obteniendo de esa manera una supremacía narrativa que lo convierte, irónicamente, en un árbitro mucho más fuerte que el mismísimo Uribe.

Así es como decido terminar esta columna, por ahora, con un tigre que domina el insomnio de todo Macondo, y con una derecha que, entre vigilia y olvido, no sabe si despertó en medio de una campaña…O en medio del siguiente capítulo de Cien años de soledad.

Eli Zuleta

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