Juan David nació en Lucero Bajo, al sur de Bogotá. Su madre, Angélica, lo crio sola, vendiendo empanadas en las mañanas y limpiando casas por las tardes. Desde que Juan David empezó el colegio, cada jornada era una carrera contra el tiempo: Angélica debía salir antes del amanecer para dejarle el desayuno listo, acompañarlo al jardín cuando era pequeño, y luego correr a tomar el Transmilenio rumbo a su primer trabajo del día. No había dinero para útiles nuevos, ni acceso a computadores en casa, pero Angélica hacía lo imposible por sostenerlo en el colegio más cercano posible.
Las limitaciones materiales para Juan David nunca fueron superiores a sus sueños. Terminó décimo grado con buenas notas y, aunque soñaba con estudiar tecnología en sistemas, sabía que en su casa no había plata ni para el formulario de inscripción a una universidad. Al llegar a grado 11, las oportunidades comenzaron a desvanecerse. Nadie en su entorno hablaba de becas o créditos. No había orientación vocacional y la conexión a internet era intermitente.
Terminó el colegio y para el estado pasó a ser una estadística más: joven que no estudia ni trabaja (NINI). Sin recursos, sin redes de apoyo y sin acceso a programas de formación técnica de calidad. A sus 19 años, Juan David ayuda a su madre con el negocio y sueña, aún, con ser programador.
Cerca de 2,6 millones de jóvenes en Colombia comparten la misma situación que Juan David. Muchos vienen de contextos de pobreza urbana o rural, con estructuras familiares frágiles, sistemas educativos y contextos locales que no les brindan herramientas para el tránsito a la vida productiva. La historia de Juan David reivindica la urgencia del verdadero cambio. Esta generación de talento, si no se atiende, puede convertirse en una de las más desaprovechadas del país.
Para cambiar, se requieren privilegiar esquemas de financiación educativa que no le pidan al joven recursos que no tiene hoy, sino que le permitan pagar cuando tenga ingresos (modelos de ingresos contingente), con tiempos largos y condiciones razonables. Cursos de ciclo corto con orientación práctica en áreas como programación, bilingüismo, datos o ciberseguridad financiados en alianzas publico-privadas. Es también urgente fortalecer la orientación vocacional, construir centros juveniles en barrios vulnerables con conectividad, impulsar el emprendimiento con apoyo técnico y una real estrategia de capital semilla desde la universidad, fortalecer la formación técnica y tecnológica; y sobre todo, tender puentes entre el sector productivo y los jóvenes mediante pasantías, prácticas o primeros empleos. Se necesitan además incentivos que reduzcan el costo parafiscal de ese primer empleo para vincular más de estos jóvenes.
El país no puede seguir indiferente ante esta realidad. No hay reforma más importante que la que hace real el futuro a quienes están hoy atrapados en la desesperanza. Porque si no les damos oportunidades, lo único que quedará es frustración y resentimiento.
Si usted quiere apoyar esta revolución a favor de los jóvenes que hoy no estudian ni trabajan, regáleme ideas o propuestas adicionales que podamos armar, estructurar y proponer juntos. Porque esta tiene que ser, por convicción y por urgencia, una apuesta colectiva.
JOSE MANUEL RESTREPO ABONDANO
Rector Universidad EIA
jrestrep@gmail.com