Las acciones del presidente Petro lo han llevado a un aprieto diplomático y personal de
proporciones inéditas: una cosa es jugar a la dialéctica desde un claustro universitario, y otra
muy distinta es practicarla desde la Casa de Nariño.
Pero claro, para el mesías chibchombiano —padre de las ideas dispersas y de los discursos sin
contexto— la diplomacia no es más que un acto retrógrado de la politiquería tradicional de este
platanal. Y esa confusión no es casualidad: es una estrategia calculada para mantenerse en los
titulares, aunque sea a punta de escándalo.
Pero vayamos a los hechos. Para nadie es un secreto que las históricas relaciones entre el
“imperio” y nuestra “republiqueta bananera”, han transitado de la cordialidad al caos, en una
escalada progresiva y agresiva desde que el presidente Trump ordenó a sus militares
bombardear objetivos en el caribe.
Dichas acciones no podían pasar desapercibidas para el Allende de bolsillo de la casa de
Nariño, quien muy ofendido por no haber participado de los acuerdos de paz entre Gaza e
Israel, y que Maria Corina, la antagonista de su compadre Maduro, se llevara el Nobel, dejaba
pues a nuestro revolucionario de cartón en una posición débil que requería tomar acciones
contundentes.
Por lo que desde la comodidad de su x (twitter) y cual bodeguero pagado, empezó a trinar una
y otra vez, denunciando las acciones del “imperio” en el caribe, criticando a Maria Corina y
solapadamente defendiendo a la dictadura venezolana.
El esfuerzo no pasó inadvertido. El mismísimo Trump, desde su plataforma Truth Social, le
dedicó unas líneas acusándolo de fomentar la producción masiva de drogas. Lejos de activar
los canales diplomáticos, la respuesta del imperio; envalentonó, llenó de fama y orgullo a
nuestro Arcadio: el último de los Buendía. Quien se lanzó en una cruzada verbal contra su
homólogo con la tesis de que “tocaba cambiar o sacar a Trump”. Curioso, viniendo de alguien
que denuncia golpes de estado imaginarios cada vez que se levanta de mal genio o le arruinan
la agenda privada.
Washington, como era de esperarse, no se hizo el de oídos sordos. Mientras el presidente
balbuceaba en los medios, Estados Unidos anunciaba sanciones, y el rumor de un castigo
mayor, como los aranceles, encendió el pánico entre los gremios productivos del país. A eso se
sumaba el testimonio del ex chavista “Pollo” Carvajal en una cárcel de Brooklyn, quien con sus
declaraciones nutre las pruebas necesarias para justificar los movimientos de Trump contra
Maduro… y contra Petro.
El temor a las sanciones desató tal alarma que llevó a figuras como el senador Bernie Moreno
a intentar mediar en el conflicto, argumentando que no era justo castigar a los ciudadanos de
un país por la falta de pericia y coherencia de su mandatario. Sin embargo, en lugar de
interpretar el cabildeo de Bernie, como una oportunidad para abrir el diálogo, Petro avivó las
llamas del conflicto. Y ante la nación, afirmó que las relaciones internacionales no eran
manejadas por su gabinete, sino por «traidores de la patria». Un autogol político de
proporciones colosales, comparable al tamaño y desastre de la torre BD Bacatá.
El climax llegó el 24 de octubre, cuando se hizo efectiva la amenaza de Trump, lo incluyó en la
lista Clinton, el club dónde ninguna persona quisiera tener una membresía, un hecho que no
solo generó terror en su círculo más cercano, sino que también arruinó la agenda privada de
Petro.
El desfile de arrepentimiento no se hizo esperar. Incluso Verónica, en lugar de celebrar
bailando mapalé el nuevo récord de su esposo, decidió desmarcarse. Petro, en un intento
desesperado por mantener el control, mintió al país asegurando que estaba separado “hace
años”, revelando —de paso— un presunto y posible nuevo delito durante su mandato:
peculado.
La respuesta del mandatario fue tan errática como su retórica: convocó una movilización tímida
en la Plaza de Bolívar y anunció que su defensa estaría en manos de Dan Kovalik, el abogado
de Maduro. Como quien dice, Dios los crea y el diablo los junta.
Así, Petro cierra una de sus peores semanas: Uribe fue absuelto en segunda instancia, perdió
a su ministro de Justicia, se le cayó la intervención a la salud, y la constituyente, le nació
muerta.
Para finalizar, Gustavo Petro, atrapado en la tormenta de su propio destino y castigado por su
propia lengua, sabe que no verá ni un peso en su cuenta bancaria y al igual que el coronel no
tiene quien le escriba, varado en una carta que nunca llega. Nuestro mesías, el líder cósmico
del amor y la vida, se quedará esperando si tras el fin de su mandato se quede soñando con
una pensión que jamás le será girada.
Eli Zuleta