Recorrer Cali, la ciudad que amo, sigue siendo desalentador. Salir a hacer diligencias al trabajo, al colegio de los niños, a un centro comercial o al médico lo único que nos evidencia es que aquí todo sigue igual. Que pasa el tiempo y nada ha cambiado.
Al principio del actual gobierno, por allá en enero, vimos cómo se volcó a las calles la presencia institucional y generó una sensación y una esperanza de un cambio que se veia prometedor para el futuro de Cali. Vimos a una Policía en la calle, a agentes de tránsito luchando contra la anarquía social que existe y que parecía que nadie quería meterle la mano.
Pero hoy todo volvió al mismo caos. La ciudad hoy sigue envuelta entre las mismas problemáticas de siempre, pareciera que no vamos a tener un mejor futuro para nuestros jóvenes. La anomia social, la violencia que nos sigue arrebatando vidas y los escasos programas de educación para las siguientes generaciones, nos hacer reflexionar sobre qué debemos hacer para cambiar las cosas.
Y es que los ejemplos son claros. Aquel intento de hacer inteligentes las vías de la ciudad con los “semáforos inteligentes” en los cruces viales se volvieron un chiste que nadie entiende y que terminan siendo, al final, el reflejo de malversación de recursos que, una vez más, impactan a los ciudadanos. Pero también seguimos viendo cómo muchos siguen sin tener una coherencia social en su accionar en las calles, buscando peleas, parqueando donde quiere, irrespetando a la autoridad y haciendo lo que quieren y donde quieren.
Adicionalmente, ¿Qué vamos a hacer con esa minoría de motociclistas que no quieren respetar la autoridad? ¿Cómo desde la institucionalidad vamos a cambiar el chip de aquellos que creen que siguen conduciendo como quieren y no tienen ninguna consecuencia? Nosotros necesitamos modificar nuestro imaginario colectivo y dar el paso hacia procesos de culturalización social.
Y esto pasa de la Simón Bolívar hacia el occidente, pero ni qué hablar de lo que pasa hacia el oriente. Allá, sigue primando el “hago lo que quiera”. Allá no hay quién mande, allá no manda el gobierno, el estado, la Policía. Allá sigue siendo la ley del más fuerte.
Cali necesita orden. Cali necesita mano dura, con acciones contundentes para hacer respetar la ciudad; pero, Cali también necesita oportunidades que permitan cambiar el panorama de aquellos que hoy parecen tener un parabrisas oscuro y enceguecedor.
Sin embargo, esto no es solamente un tema que solo recae en el alcalde Alejandro Eder y a sus secretarios, a quienes elegimos y que tiene la responsabilidad de liderar procesos que, no tendrán fruto si los caleños no nos ponemos la mano en “el considere”, como dice mi madre, si no ponemos de nuestra parte, ninguna buena intención tendrá buen término.
La responsabilidad de una Cali mejor es una tarea que nos compete a cada uno, en cada acción, en cada paso. El civismo de Cali es una acción colectiva, no una acción que se define en un escritorio. Todos somos responsables de la ciudad que le vamos a dejar a nuestros hijos, acompañado, de un gobierno que esperamos que se vuelva a sacudir y a demostrar por qué la inmensa mayoría de los caleños los eligieron.
Por: Deninson Mendoza