Una verdadera novela trágica ha resultado ser la elección del nuevo rector de la Universidad Nacional.
El 22 de marzo, el Consejo Superior de la UNAL eligió a Ismael Peña como nuevo rector, desechando los resultados de la consulta realizada a estudiantes, egresados y profesores, donde resultó ganador por amplia mayoría el profesor Leopoldo Múnera.
Para dar mayor drama a la historia, la semana pasada el designado rector Ismael Peña decidió posesionarse sorpresivamente ante un notario, generando un caos en el cual se ha involucrado el Ministerio de Educación y toda la comunidad académica de la Universidad.
Su “autoposesión” generó protestas estudiantiles, así como disturbios y desmanes protagonizados por encapuchados que aparentemente no pertenecen a la Universidad, quemando una estación de Transmilenio y tomándose edificios dentro del Campus.
Los medios de comunicación difundieron la noticia de una supuesta solicitud del nuevo Rector al Gobierno requiriendo la militarización del campus, a lo cual Petro se opuso. Posteriormente el mismo Rector desmintió la noticia. Todos estos hechos han puesto en el centro del debate el concepto de la “autonomía universitaria”, un antiguo principio que surgió en universidades europeas desde el Siglo XI.
En Colombia, nuestra Constitución lo estableció en el artículo 69, señalando que “las universidades podrán darse sus directivas y regirse por sus propios estatutos”. La importancia fundamental de la autonomía universitaria es la necesidad de evitar la influencia del poder político en la vida de la universidad.
Desafortunadamente y de manera irónica, en estas semanas de caos en la UNAL el concepto de “autonomía universitaria» se ha manipulado y desfigurado de formas lamentables y diametralmente opuestas.
La primera manipulación ocurrió en manos del nuevo Rector Peña que, tratando de justificar su elección y sorprendente posesión, acudió al argumento de la “autonomía universitaria”, en un lamentable malabar argumentativo, recordando que la autonomía universitaria incluye en su esfera la autonomía administrativa y la facultad de darse sus normas de funcionamiento.
El Rector alega que su elección se realizó con apego a las normas vigentes. Sin embargo, todos hemos visto la revelación de las jugadas que se realizaron en el Consejo Superior para descartar el nombre de Múnera y en su lugar, terminar escogiendo a Peña. Un método de votación por fases, que podía ser direccionado, pero que, en estricto sentido, era válido y se había usado con anterioridad.
Para ponerlo en palabras coloquiales, el nuevo Rector está tratando de argumentar que la autonomía universitaria permite que los órganos de dirección hagan lo que se les ocurra, amparados en un manto de legalidad, pero aun siendo profundamente ilegítimo, gozando de un apego a las normas gracias a la “autonomía universitaria”. Haciendo tan flexible este principio, pareciese que el Rector sugiere que el procedimiento de elección, su designación y su posesión son absolutamente incuestionables bajo la estela protectora de la “autonomía universitaria”.
No siendo suficientemente lamentable esta interpretación amañada y equívoca del principio, días después se presentaron manifestaciones y desmanes en las instalaciones de la Universidad. Encapuchados lanzaron bombas incendiarias contra policías y deliberadamente incendiaron una estación de Transmilenio.
Cuando surgió el rumor de la solicitud del nuevo Rector al Gobierno para militarizar el Campus, nuevamente apareció el comodín de la “autonomía universitaria”, esta vez, para defender la inviolabilidad física del campus universitario, y nuevamente de forma coloquial, las voces indignadas sugieren que aun las conductas violentas de unos encapuchados están amparadas en la “autonomía universitaria” y las autoridades deben limitarse a ser meros espectadores, sin tener facultades para intervenir e impedir dichos actos vandálicos que nada tienen que ver con las protestas legítimas de los estudiantes.
Así transcurrieron irónicamente dos situaciones diametralmente opuestas, por una parte, una elección amañada y absolutamente ilegítima del nuevo rector, y por otra parte los hechos violentos de unos encapuchados que se esconden en el Campus.
Ambos hechos, igualmente reprochables y vergonzosos resultan cobijados bajo estas interpretaciones desafortunadas del alcance de la “autonomía universitaria”.
Desde esta columna alzo la voz para reclamar y la verdadera naturaleza de este principio tan importante. La autonomía universitaria no es una carta blanca para defender abusos de autoridad de unos atornillados al poder y mucho menos un amparo de encapuchados violentos que nada tienen que ver con el legítimo derecho de la protesta estudiantil.
La autonomía sobre todo es una protección fundamental para la libre cátedra y una protección ideológica para el derecho fundamental a la educación. La autonomía universitaria no puede seguir siendo manoseada por unos y otros para cometer abusos y absurdos.
Tanto son reprochables los actos vandálicos como los actos abusivos de las directivas. Curiosamente ambos violan gravemente los derechos colectivos superiores de todos los miembros de la Universidad Nacional.
Por: Mauricio Toro Orjuela