Por Christian Junot Quiñonez
El gobierno llega con su última carta: presentar el Presupuesto 2026, esa obra maestra de la ilusión fiscal y cifras infladas que, como siempre en este gobierno, promete más de lo que en realidad puede dar. La cifra oficial, 556,9 billones de pesos —casi el 29 % del PIB— llega en un momento en que la economía no responde, el recaudo sigue estancado y, según cálculos, quedarán faltando al final de 2025 unos 20 billones. La credibilidad en las cuentas públicas, por tanto, se deshace como hielo al sol.
No es nueva esta historia. Los presupuestos de Petro se han presentado como si reflejaran un país que camina con paso firme, pero en la práctica, la realidad es otra. El presupuesto 2025 salió vía decreto presidencial sin aprobación del Congreso y todo indica que seguirán en esa misma línea. La baja en el cumplimiento de metas, las disposiciones tributarias que generan efecto contrario y el aumento del gasto sin respaldo real muestran que estamos en un ciclo de ilusiones económicas. El gobierno propone recaudar 26,3 billones con una reforma aún sin respaldo contundente en el Congreso, más como parche para rellenar vacíos que soluciones de fondo. Ignorando que el verdadero camino pasa por dos vías: primero, reducir el gasto burocrático, y segundo, aprobar una ley transitoria que permita a la DIAN recaudar rápidamente la cartera, mediante amnistías y facilidades. Pero, como en la historia reciente, seguramente buscarán imponer esas ideas tributarias “a la mala”.
Y en el escenario internacional, las consecuencias seguirán siendo graves. La rebaja en las calificaciones de riesgo, las alertas de Moody’s y S&P, y el aumento en las tasas de interés en la deuda, dejan claro que estamos en terreno resbaladizo. La suspensión de la regla fiscal en medio de un déficit récord y una deuda que sigue en ascenso solo reafirma que estamos en una emergencia económica permanente, creada por el mismo Gobierno y en la que, más que un plan, parece que sólo hay improvisación.
Pero quizás lo más preocupante es que, mientras las cifras oficiales aumentan, las de la ejecución efectiva siguen siendo lamentables. Según las últimas mediciones, solo logramos gastar el 84 % de lo aprobado, y esos recursos que deberían transformar vidas, se diluyen en burocracia y en un sistema que no logra responder a las urgencias del país.
La gran diferencia hoy es que los ciudadanos, cansados de promesas vacías, ya no se conforman con palabras. Lo que necesita el país hoy es un compromiso real, disciplina en las cuentas y un enfoque en la recuperación de la credibilidad internacional, la sola forma en que lograremos atraer inversión y generar crecimiento con sostenibilidad, de ahí es clave la agenda que propongan los candidatos a la presidencia, esto si el Pastor Saade y los demás macondianos nos dejan ir a un proceso electoral.
Y así, mientras en el país seguimos asistiendo a la tragicomedia de fiestas en hoteles de Cartagena, promesas incumplidas, cifras infladas y gestión improvisada, solo nos queda esperar que el 12 de agosto la noticia sea cuántos lograron declarar renta, y no cuántos se quedaron sin hacerlo por una caída del sistema de la DIAN. Debemos aprender que la verdadera magia en economía es hacer las cosas bien y con sentido común, de lo contrario terminaremos perdiendo tiempo y recursos en castillos de arena que, tarde o temprano, terminarán dejando a millones de personas en la calle. Y eso, en un país que necesita avanzar, es la verdadera tragedia.