En Bogotá, la realidad es que las mujeres no están seguras en ningún lugar. Ni siquiera en sus propios hogares, los espacios donde se supone deberían sentirse protegidas. Con frecuencia, quienes las rodean y habitan con ellas representan un peligro constante. Las ex parejas, en muchos casos, se convierten en una amenaza letal. Es profundamente doloroso observar cómo los entes encargados de brindarles seguridad no cumplen con su labor, dejando a las mujeres expuestas a un peligro inminente. La impotencia se hace aún más evidente cuando, en el transcurso de una semana, la capital es testigo de dos nuevos casos de feminicidios.
Es alarmante que este patrón de violencia continúe en una ciudad que debería estar preparada para proteger a sus habitantes. Las calles, que deberían ser espacios de libre tránsito para todos, se han convertido en lugares donde las mujeres son vulnerables, no solo a agresiones físicas, sino también a la violencia verbal. Los “piropos” burdos y groseros, lejos de ser inofensivos, son el reflejo de una cultura machista y una ciudadanía que carece de respeto por las mujeres. La inseguridad no empieza con una agresión física, sino mucho antes, con esas microagresiones que deshumanizan y cosifican a las mujeres.
Es evidente que la seguridad de las mujeres debe ser una prioridad en Bogotá. No solo se requiere la presencia de cuerpos de seguridad más efectivos, sino también la implementación de políticas públicas que garanticen su bienestar. Estas políticas deben ser respaldadas por instituciones que tengan los recursos y la voluntad para actuar de manera inmediata cuando una mujer se encuentra en peligro. Además, la educación y la promoción de una cultura ciudadana que respete los derechos de las mujeres es vital para prevenir que la violencia continúe escalando.
El problema no puede seguir siendo ignorado. El feminicidio es la manifestación más extrema de una cadena de violencias que comienza con el acoso, la discriminación, la falta de oportunidades y el menosprecio. La ciudad necesita actuar, y lo necesita con urgencia. Cada día que pasa sin una acción concreta es un día en el que más mujeres se enfrentan a la posibilidad de convertirse en una estadística más. La marcha hacia la justicia para las mujeres debe ser imparable, y el primer paso es reconocer que estamos fallando como sociedad. Las rosas, al igual que las mujeres, se están marchitando, y es responsabilidad de todos evitar que sigan cayendo.