La última década ha sido de pasos agigantados en cuanto al desarrollo o lanzamiento para uso al público de nuevas tecnologías y más aun de la adopción de estas para nuestro diario vivir. Nos hemos ido familiarizando con términos como criptomonedas, red 5g, billeteras virtuales, códigos QR, drones, vehículos autónomos, chatbots, inteligencia artifical, apps, entre una infinidad de términos a los que ya nos acostumbramos dado que hemos tenido que usarlos para poder resolver algunas tareas cotidianas, como pedir comida en un restaurante, hacer una transacción bancaria, pagar servicios públicos o incluso programar una cita médica.
Su adopción ha sido tan rápida y en algunos casos obligatoria (como la aplicación en tiempos de covid para podernos vacunar, donde registramos toda nuestra data y vida personal), que poco tiempo nos ha dado para pensar todo lo que hay detrás de esto: un mar infinito de datos personales y de nuestra información privada, en manos de cientos de compañías; el nuevo oro digital dicen por ahí. Pero sabemos lo que entregamos? Nos facilitan la vida por su puesto, pero nada de eso gratis. Bien decían las abuelas: mijo cuidado, que de eso tan bueno no dan tanto; todo para alertarnos de aquellas cosas que suenan demasiado buenas para ser verdad.
Y esto es lo que pasa en este universo digital, el alimento para todos estos servicios son los datos de los que pueden obtener información valiosa para luego venderlos, comercializarlos y con ello generar ingresos billonarios a costa de nuestra seguridad digital, la cual cada vez es más delicada, pues las estafas, fraudes, suplantaciones están a la orden del día. Por eso la importancia de saber a quién le entregamos nuestros datos sobre lo que hoy no tenemos una real cultura de cuidado. Los mismos nervios que se sienten cuando a uno le roban o pierde la cédula, deberían dar cuando los ingresamos en un lugar que no es seguro.
Hasta hace poco, íbamos en solo un acceso a datos personales entregados por nosotros mismos casi que voluntariamente o digamos conscientemente. Pero todo cambió en el año 2022 en cuando formalmente se lanzó al público chat GPT, la inteligencia artificial (IA), que aprende constantemente y produce información, contenidos, prácticamente es ahora el “gurú” de consultas para todo.
Esta inteligencia artificial, ha abierto el camino para la creación de otras, como Gemini de google, y otras más que diseñan, crean planos arquitectónicos, escriben libros, trabajos, predicen resultados, crean música, programan, generan películas, voces y nos entran en un mar de posibilidades mágicas y maravillosas que hoy nos dejan con la boca abierta y que hasta nos facilitan la vida sin duda, un reto al sistema tradicional de producción escalofriante. La pregunta es: ¿cómo aprende el algoritmo de algunas de estas IA?
Pues últimamente ha surgido a la discusión donde se muestra como muchas de ellas ya no solo obtienen nuestros datos, sino que ingresan a nuestros archivos y leen la información para aprender de todo lo que allí está. Hace unos días se armó un revuelo pues una de estas IA especializada en diseño gráfico, accedió a archivos personales de miles de usuarios.
Cuando la persona la descarga para su uso, autoriza el que la IA entre a todos sus archivos con diseños, los lea y los copie con el fin de aprender mejor y así optimizar sus resultados; es decir que toma información privada de nuestros equipos y los usa prácticamente gratis.
Algunos dirán pues es el medio de pago por que ahora ese desarrollo te facilite la vida y allí el debate está abierto. Es nuestra información personal, nuestros archivos más privados, nuestra producción intelectual, la moneda de cambio? Esta está siendo tomada con permiso y sin engaños en la letra menuda de los términos y condiciones?, estamos dispuestos a entregarlo para seguir disfrutando de sus servicios?, dónde está el límite ético?
Un debate que apenas empieza a madurar en el mundo y la industria y sobre lo que deberá generarse regulación en algún momento para evitar situaciones que debamos lamentar.
Pd: pedí a la IA que brevemente me dijera los riesgos que ella misma representa y esto me respondió:
“Hoy en día, la Inteligencia Artificial (IA) plantea riesgos significativos para el mundo, como la pérdida de empleos debido a la automatización, la privacidad comprometida por la recopilación masiva de datos y archivos personales, y la propagación de sesgos algorítmicos que pueden perpetuar injusticias sociales. Además, existen preocupaciones éticas sobre el uso de IA en armas autónomas y decisiones críticas sin supervisión humana. Es crucial establecer regulaciones sólidas para proteger los derechos individuales, fomentar la transparencia en el uso de algoritmos y promover un debate global sobre los límites éticos de la IA, asegurando que su desarrollo sea beneficioso y éticamente responsable”.
Mauricio Toro